A un constado de la estación “Salto del Agua” de la línea Rosa del Metro de la Cuidad de México se encuentra el Mercado de San Juan. Pintado de amarillo, se hacen notar las letras rojas que gritan “Mercado de San Juan” a todo pulmón, se alza entre puestos ambulantes, mientras se recorre su interior.
Pareciera como cualquier mercado ubicado a muy pocas cuadras de nuestra casa; sin embargo, la magia sucede rodeando la cuadra, ahí se encuentra un edificio en ruinas cuya fachada pareciese que en algún punto fue azul. Por arriba se alza el prestigio de lo que parecieran ser letras de un oxidado y maltratado color amarillo, que hoy en día intentan decir lo mismo que las anteriores.
Por dentro no parece resaltar más que el otro, pero el olor de platillos exóticos mezclado con especias internacionales, poco a poco nos aleja de esa concepción.
Carne de tigre, cocodrilo, guajolote, venado, jabalí, quesos finos, vino, tapas españolas y especies extranjeras colocadas a plena vista tal como si fuesen las verduras que podemos encontrar en el mercado al que solemos acudir para cumplir con las necesidades semanales.
La impresión enreda nuestros sentidos y nos lleva al año 1850, a cuando el Mercado de San Juan fue recién inaugurado llevando el nombre de Iturbide; donde la comida en conjunción con las artesanías y arreglos florales completaban la experiencia de un fin de semana cualquiera en el centro de país.
Y así, el imponente recinto se mantuvo hasta 1879 como el Mercado de San Juan, observando desde la perspectiva popular el paso de una revolución, el levantamiento de un México contemporáneo, la entrada de un gran milagro y el agotamiento del mismo, la revolución de un pensamiento juvenil junto con la represión.
Con el paso del tiempo y la exigencia de la población puso en vista del poco espacio del mercado, por lo tanto, para 1945 este se secciona en cuatro ubicaciones; un sitio especializado en las artesanías traídas de todas partes del país; el segundo es el palacio de las rosas; el tercero es el municipal y el cuarto es el que nos trajo hasta este punto de la historia «culinaria» de nuestro país.
Punto cúspide del Distrito Federal sin lugar a dudas, o al menos hasta el sismo de 1985, cuando los daños aunados con la respuesta tardía del gobierno fueron aislándolo poco a poco, siendo que para la Cuidad de México no sea más que un par edificios semi vacíos, una obra inconclusa y un simple mercado.
El palacio de las rosas consta ya de un edificio que apenas y resalta en la cuidad con un ligero olor a rosas que desprenden de algunos locatarios que aun siguen en pie, mientras que, por su parte, el mercado de artesanías, consta de un edificio estrecho donde los diversos trajes típicos y artesanías de barro, cerámica, madera, tela adornan con figuras de catrines, santos y hasta dioses prehispánicos los ajustados pasillos.
Hoy en día es difícil imaginar que en donde resuenan los pasos y un escalofrío recorre el cuerpo gracias a lo deshabitado del edificio, algún día fue la sede de un mundo de color, sabores, aromas y texturas con las más refinadas hasta peculiares variedades de producto de todo el país y que pese a la situación lo sigue siendo en donde cada sección es un mundo que tiene mucho que ofrecer.
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