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La Aguja Imantada

Una de 1,979,823 historias

Al escuchar en las noticias que existen 1,979,823 personas recuperadas de COVID-19, en México, pienso que hay historias de madres, padres y hermanos; no son sólo un número.

Diseño: Alan Uribe

El 17 de mayo del 2020 él parecía tener una simple gripa, acudió al aún consultorio particular, y confirmaron que solo se trataba de un caso que habría que vigilar de cerca, le dio unas pastillas para el dolor y unas vitaminas.

El 19 de mayo del 2020 ya no pudo trabajar, se sintió cansado, no tenía ganas de comer y empezó a tener síntomas tos; sintió miedo.

El 20 de mayo del 2020 los ataques de tos duraron minutos, le costó recuperar la respiración, tuvo fiebre y no lograba percibir sabores. Sin embargo, no quiso ir al doctor, le dio pánico saber lo que pasan en las noticias, no sabía si saldría.

El 21 de mayo del 2020 acudió al doctor; le costaba respirar. Al llegar a la clínica la espera fue de casi dos horas. Al llegar su turno, le tomaron los signos vitales y lo internaron. Desde ese momento la comunicación fue virtual.

El 22 de mayo del 2020 en mañana, se enlazó una video llamada con él. Tenía puesto el oxígeno, saludó con un gesto de mano y sonrió, las ganas de llorar golpearon fuerte, pero no era momento. El doctor informó que se deben esperar los resultados de la prueba para verificar que efectivamente era COVID-19. Sonaba tonto, pero tenía la esperanza de un resultado negativo, era ilógico pero no quería pensar.

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El 24 de mayo del 2020 confirmaron que la prueba dio positivo; el diagnóstico acentuó la pulmonía por SARS CoV-2. El doctor explicó que los pulmones estaban expandidos por lo que se realizarían tomografías. Es joven, no tiene diabetes ni ninguna enfermedad. Una esperanza en la cabeza se negó creer; la suma de casos y defunciones crecía día con día.

El 26 de mayo del 2020 fue explicada la diferencia entre grave y delicado. Él habló con nosotros, pausado, con pocas palabras, pero habló. Lo extraño, solo pienso en él, en una cama solitario, viendo como se llevan a gente para entubar, quisiera abrazarlo y me da miedo no poder hacerlo más.

El 28 de mayo del 2020 el doctor dijo que reaccionaba; el tratamiento era un buen avance. Ya hablaba más.

El 29 de mayo del 2020 se informó que mandarían un tanque de oxígeno para que pudiera seguir con su tratamiento en casa, ya que existía riesgo de reinfección en el hospital. El trabajo apenas comenzaba, pero él ya había regresado.

El 30 de mayo del 2020 él estaba en casa, su requerimiento de oxigeno había bajado y tenía que estar en un lugar aislado, sus cosas no podían mezclarse con las de los demás y su dieta debía ser especial. Bajó mucho de peso y aún se veía cansado.

El 7 de junio del 2020 se veía mas sano, ya caminaba más, hasta pasaba un poco de tiempo sin el oxígeno. Poco a poco se adaptaba y trabajaba junto con la familia. Nosotros también nos sentimos mejor, con ánimo.

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El 14 de junio del 2020 empezó la búsqueda de un tanque de oxigeno portátil, aunque su recuperación era buena y aparentemente rápida; sin embargo, no podía asistir a consulta sin él, no aguantaba tanto. Una búsqueda en internet arrojó algunos números; «agotado» es una palabra que impera.

El 16 de junio del 2020 la búsqueda fue decepcionante, ni renta, ni compra, no hubo en existencia, se desconocía cuándo; los hospitales tienen prioridad y los precios se elevan.

El 18 de junio del 2020, de Huehuetoca, en el Estado de México, hasta la delegación Gustavo A. Madero, en la Ciudad de México; se compró un tanque portátil. Se trajo escondido y con miedo. A pesar de que muchos mexicanos se encontraban en la misma situación, los que pasaban por esto lo escondíamos por miedo al repudio.

El 20 de junio del 2020 fue la primera cita y el doctor pintó un buen escenario; todo va quedando atrás. La salida fue difícil, ir por ahí con el tanque hace acreedores de variedad de miradas entre pena, miedo y confusión. En este punto la pandemia no era algo que rodeaba, era algo que envestía con fuerza y duele.

El 30 de junio del 2020 se sentían los golpes emocionales, físicos y económicos, no se habría librado por nuestra propia cuenta; ahora estamos todos juntos y nos podemos abrazar. Amigos y familiares están presentes en espíritu, claro impensable de otra manera, hasta nos mandan mensajes de apoyo y recomiendan un té de hojas de guayabo, bicarbonato y media docena más de cosas. Optamos por el té de hoja solo.

Para finales de julio volvimos a una “normalidad”. Mi normalidad es un miedo a que vuelva ocurrir y esta historia tenga otro final;, mi normalidad me ha dejado reflexionar y acercarme a quien pasa por esta situación aunque no lo pida; encontrar otras maneras de ayudar.

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Nota: La cifra mencionada en este texto no es real, por lo se sólo se debe considerar como una referencia literaria. 

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