Hace años que lo sé, a mi de mi vida no me gusta nada pero alguien siempre la dirigió. Recuerdo cuando mi padre me encontró con un «amigo» atrás de donde tenía sus animales, claro que primero me dio una paliza para después “tapar el ojo al gato” con la hija de un amigo, más grande que yo.
Con Sofía tuve dos hijos y dedique mi vida entera a hacer lo que mi suegro o mi padre me decían, pensando que así es como debía ser, fui lo que todo el mundo me dijo que fuera, un “hombre”. Y el tiempo transcurre tan rápido que, cuando alguien pidió la mano de mi hija en matrimonio, me percate de lo viejo que era y que ese niño detrás de los chiqueros había desaparecido o eso creía.
Con la boda la casa estaba hecha un desastre, la mayoría de la familia organizaba la fiesta pero yo no me he involucrado mucho en nada, he pecado de ser un padre ausente. Por eso, cuando mis hijos me llegan a pedir algo, se los doy. No les puedo decir que no, por eso cuando mi hija me pidió convivir e involucrar a su prometido me propuse ser un buen suegro.
Entonces de a poco el tiempo me regresó a aquel mundo del que toda la vida he huido. Al principio me convencí a mi mismo de que el solo era respetuoso conmigo, era un chavo amable; ¡claro!, después de seremos familia. Pero las miradas y los roces me volvieron loco, fue entonces que vi mi mentira caer pedazo a pedazo.
Trataba con desespero de salvar mi normalidad, tratar de reencontrarme con mi esposa pero ¿alguna vez estuvimos juntos? Intente conectarme con mi hijo, pero de mi vida solo he sido un espectador; ni de su nombre estoy seguro. Entonces busque un culpable y me pregunté ¿será que estos viejos desgraciados son inmortales?
Entre dudas, temores e indecisiones termine con el hombre que en un mes le entregaría a mí hija en una ceremonia que no entiendo y a frente un dios difícil de complacer. Me convertí en lo que ellos hicieron, un “hombre” que niega de su felicidad en casa para ser la figura que se tiene que ser, dejando que lo que debió ser lo mejor de mi vida se convirtiera en mi propia pesadilla llena de traumas y culpa autoimpuesta.
No soy de piedra y por eso llegué a pensar que no tendría nada de malo, mi padre tuvo una amante, mi suegro, mi esposa ¿qué tendría de malo tener un poco de felicidad? Pero luego pensé, mi madre cómo se la pasaba hablando mal de mi padre, cómo sufría sus engaños haciendo un drama en casa para seguir siendo su esposa frente a otra gente. No quiero eso para mi hija.
Pensé entonces en huir, dejarlo todo y oír a mi corazón, vivir lo poco que me quede pero vivir mi vida. El día de la boda, después de la ceremonia me propuse irme sin dejar rastro, solo de mis hijos me despedí con la intención de salvarlos. Dije la verdad que negué para seguir estando en mi familia pero me fui sin esperar respuesta.
Con contados centavos en el bolsillo me fui buscando salvar mi alma, hacerla sentir plena y en calma. Sé que soy culpable de mis males, de ignorar la señales, pero era tan normal que, se hizo de mí algo natural. Yo no sabía que estaba mal, así me criaron, no supe hasta tarde que podría ser de otra manera. Camine para ser un individuo libre y tal vez feliz.
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