Capítulo nueve
Murmullos de agua
Lluvia en la carretera, es algo digno de Instagram, sin embargo, los tres nos quedamos en silencio, ya que nuestros “fantasmas” se encuentran dormidos y por un poco de paz mental nadie hace el menor ruido.
Mientras conduzco hacia “santero”, Andrés escucha música con auriculares claro y Elisa me dirige con el GPS, la verdad la poca gente y los largos espacios verdes me tranquilizan un poco de todo esta locura, las preguntas se van acumulando y no sabemos nada intentar hablar con ellos es inútil, apenas logramos que comieran y que se bañaran, pero en cuanto comunicación o alguna información útil nada.
El chico del pozo y la chica fantasma ese han sido su nombre desde esa noche, no obstante, para ser fantasmas comen demasiado.
—Ya va a oscurecer y todavía no llegamos, ¿Qué hacemos?— dice Elisa sacándome de mis pensamientos.
Tiene razón, sin embargo, no veo nada como un hotel y regresar a casa de Andrés queda muy lejos.
—Lo mejor será seguir no vale la pena regresar, pero creo que lo mejor será preguntar— afirma Andrés quitándose los audífonos.
—No he visto a nadie hace un rato— digo con un poco de miedo en mi voz.
—Esta cosa dice que ya estamos cerca de unas casas ahí preguntamos— dice Elisa, con la mirada fija en el celular.
Sin embargo, la lluvia y la oscuridad ya no me dejaban ver y sumarle el camino terroso por lo que sentí cuando en carro cayó en hoyo me sentí perdido. Salí con Andrés a revisar, pero la lluvia y la tierra no nos permitieron hacer nada por lo que nos subimos al carro para pensar.
El silencio tenso y pesado fue roto por unos golpes en la ventana que nos hicieron gritar a todos. Era un hombre, vestido de blanco que nos miraba fijo dude en abrir la ventana, aunque después de un rato y al ver que él no se iba la baje.
—No patrón, está bien atorado mejor métase a la casa cuando pare le ayudo— dijo y se echó para atrás, quería decirle que no, mi lógica gritaba que dijera que no, pero volteó y salimos del carro.
Corridos hacia una casita y nos quedamos en la puerta que por suerte estaba techada mientras que el hombre se mete a la casa nosotros nos quedamos temblando de frío preguntándonos por qué bajamos con la mirada.
A los pocos minutos sale con una olla de café y algunos vasos desechables.
—Ay señor, no se hubiera molestado— gritó nerviosa Elisa, pero el hombre solo asintió y nos sirvió a todos y mientras le agradecemos los fantasmas se van adentrando a la casa, pero antes de poder inventar una excusa el hombre nos dijo.
—Déjelos, lo que la lluvia murmura les da miedo— los tres nos miramos confundidos.
—¿De qué habla señor?— pregunta Andrés rompiendo el silencio incómodo
—Los amenaza de que se los volverá a llevar— nos dice mientras toma de su café
—-¿Usted es el santero?— pregunto más que por duda, por miedo.
—Inocencio Sabines pa´ servirles— contesta levantando un poco su vaso.
—¿Sabe que está pasando?— salta Elisa.
—Quiénes son ellos y de dónde vienen— termina Andrés el hombre mira hacia la lluvia por un buen rato lo que hace que recuerde el café entre mis manos que ya hasta tibio está, por lo que me lo tomo de un trago.
—Son almas viejas penando en cuerpos inmortales que han estado atrapados en la serpiente de aguas— dice el hombre sin vernos.
—Entonces… son algo como brujos— repite Andrés, ya que se lo había susurrado Elisa, sin embargo, un rayo que iluminó todo seguido de un fuerte trueno hace que me empiece a sentir mareado.
—Son prisioneros de una maldición y quien los cuida es quien los sigue. Hay que cosas que deben seguir tal y como están— su voz se oye lejana y antes de siquiera poder decir que me siento mal todo se pone oscuro y pienso.
“Porque otra vez”.
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