La noche que las ví fue casi como una sombra con el rabillo del ojo, una pequeña silueta como en los cuentos o al menos eso pienso que ví, por lo que desde pequeño me obsesioné con la idea de que en la casa de al lado había hadas.
Durante años esa fue mi pasión, ver fijamente hacia la casa del vecino intentando no parpadear durante tardes enteras, cualquier ave que pasaba era observada por mi; siento que las pobres se sentían acosadas, pero era tan fuerte mi deseo de ver un hada que le ganaba a cualquier otro sentimiento.
Con el tiempo y tras el nulo resultado de ver algo, mis esperanzas se fueron desvaneciendo, entonces todo el mundo empezó a llamarle una tonta opción infantil a mis deseos, o tal vez siempre les llamaron así solamente que antes no prestaba atención; hice lo que nadie quiere hacer pero lo que todos hacemos, crecí.
No fue hasta que una tarde lluviosa de julio pude ver como la casa de al lado era iluminada por pequeñas luces intermitentes y con celular en mano, me metí a la casa buscando lo que tanto anhelaba y que para suerte de mí olvidado juicio estaba abandonada. Siguiendo con pequeños tintineos llegué a una sala y me encontré con un cachorro en mal estado, tembloroso, casi en los huesos; pude ver como las pequeñas luces trataban de auxiliarlo trayendo comida, pero fallaban en su tarea.
Quería grabar pero al ver sus lindos e inútiles intentos entré en medio de la habitación a sabiendas de que muy probablemente se irían y nunca las más las volvería a ver. Fijé la vista en el perrito y tomé el plato con agua; cargué al pequeño para ayudarlo a comer. En un momento ví que la luz se estaba apagando, sabía que habían ido; sin embargo, mi esperanza estaba en mis manos y por ello lo cubrí con la chaqueta y salí de la casa.
Hoy ese pequeño se ha convertido en un perro grande y bastante amigable. Debes en cuando suele ladrar a la casa de al lado, me gusta pensar que a el no le importa que tan grande sea, para él ellas existen; entonces sé que no estoy sólo.
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