Hoy miran a su alrededor y no hay nadie quien los observe, los gritos y las esperanzas se encuentran detrás de un monitor; me recuerda mucho al año pasado. Fue difícil llegar hasta aquí, cuando las actividades presenciales se suspendieron escasearon los fondos, en verdad pensé que no llegaría hasta Tokio.
Pero hoy yo y mi compañero estamos aquí, en la tierra del sol naciente, tan lejos de México pero tan cerca de llevarlo a la gloria. Sin embargó, llegar aquí no es suficiente, la competencia apenas empieza y hoy nos enfrentamos con lo mejor de cada país, todos con la mira en la victoria.
Respiro profundo y lo dejo todo atrás, atrás quedó la pandemia, atrás quedaron los conflictos sociales, económicos, laborales etcétera. En este instante sólo somos mi arco y yo.
Siento su peso y lo distribuyo por todo mi cuerpo y a la vez siento como los nervios quieren avanzar; mí voluntad puede más. Cuando la flecha vuela, me siento segura de su destino.
Poco a poco avanzamos en la competición y mientras veo las flechas de mi compañero atravesar el viento, a mi cabeza viene la imagen de un águila volando que sustituye a la flecha; me alegra saber que pese al vacío de las tribunas, México está con nosotros.
Me siento cansada y se que mi compañero igual, pero cuando nos otorgan la medalla de plata, cuando el peso de esta se aferra a nuestro cuello y nos entregan el ramo, me lleno de orgullo; es la primera medalla para México en estos juegos. La medalla de plata es un recordatorio de que México puede, que mi compañero puede, que yo puedo y una motivación para conseguir el oro.
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