Diversos estudiosos advirtieron sobre una fuerte tendencia a banalizar distintos aspectos de la vida cotidiana. Por ejemplo, Guy Debord, a quién se le debe el término “Sociedad del Espectáculo” con algunos rasgos de clara tendencia marxista, caracterizó al mundo posmoderno como un gran espacio cuya sed por la extravagancia, se tradujo en malogrados actos por divertir a las masas en pro de la plusvalía. Es decir, que ya hacia el inicio de la década de los 70 se lucraba con la diversión vana.
Por otra parte, literatos como Vargas Llosa, que, de manera curiosa empleó la expresión civilización del espectáculo, indicó que hoy día lo ridículo es esencial para atraer la atención de los públicos, y así, generar adeptos que perpetúen el ciclo de producción, distribución y consumo de productos en materia de ínfimo intelecto.
Por desgracia, esa marcada corriente ha invadido ya la cultura digital, la educación e incluso, se convierte poco a poco en un estilo de vida. Basta ver los ejemplos de los no escasos tik tokers que pululan en el mundo virtual. No obstante, ¿qué sucede cuando esa tendencia se mezcla con política? Desde luego, es imposible no pensar en el infortunado sexenio pasado, que, a pesar de la serie de eventos tragicómicos en economía y sociedad, las risas no faltaron. Pero pregúnteles a las no más 12 mil 600 personas desaparecidas qué gracia tuvo. Ninguna, por supuesto.
Hoy más que nunca el legado de viralizar lo fenomenal se expande, hasta el grado de tener en nuestros días una especie de freak política. En ese tenor, algunos siglos atrás existieron los circos donde se hacían negocio al exhibir múltiples deformidades biológicas en los seres humanos. Ese espectáculo era mejor conocido como freak show. En nuestra era se han refinado los métodos y se tiene lo que he denominado como freak política. Ahí está Donald Trump, quien hasta el último momento hizo de su vida presidencial precisamente eso: un show.
Claro que nuestro México (siempre mágico) no sería la excepción. En todos lados se cuecen habas. Ya con Vicente Fox tras reflejar una imagen superflua que en muchas ocasiones rayaba en lo ridículo, se venía se veía venir. Luego, con el incidente que dio origen al “Comandante Borolas”. Después, con las caídas de EPN quien tampoco quiso quedarse atrás. Tal vez el mandatario actual ha tratado de restaurar la desgastada, casi deshecha, imagen presidencial; sin embargo, cambiar los imaginarios y las representaciones, es difícil. Peor aún, cuando la freak política sigue.
Mientras el espectáculo sigua arrastrándose a los rubros serios (si es que queda alguno) de la vida social, aún se tendrán casos como los de Alfredo Adame, Samuel García o Carlos Mayorga, quienes sin ser comediantes, provocan momentos risibles en los espacios donde, se supone, tendrían que ser serios. No cabe duda que son y serán recordados por sus pifias, las cuales, ya lejos de indignar sólo provocan eso: hilaridad, ganen o no su candidatura. Lo peor de todo, es que México no será capaz de salir adelante con solo risas.
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